31 de octubre de 2014

Reflexiones pos-lectura.



Pierre Rey nació en el sureste de Francia, Bédarrides, en 1930; por aquel entonces Jacques Lacan aprendía psicoanálisis con Loewenstein, que en su día fue analizado en Berlín por Hanns Sachs.
Estudió Bellas Artes, fue periodista e ilustrador, en sus primeras tentativas de éxito en el periodismo sintió la carencia, la vacuidad de cumplir unas expectativas mediadas por el deseo de los otros, sin haber todavía sido capaz de nombrar el propio. Es así que comenzó a tener problemas con el juego tras abandonar su puesto laboral. Conoció en el gimnasio, boxeando, a un médico psicoanalista, al que en su novela apoda ¨el Gordo¨, este caballero a quién dedica un libro completo in memoriam, “de no ser por quien las cosas…”, no habrían sido (nos atrevemos a concluir) lo que fueron, le pone en contacto con Jacques Lacan, con el que iniciaría un proceso analítico que se alargaría todo un decenio.
Sobre Lacan un apunte, Dicen que ha sido uno de los máximos exponentes del psicoanálisis actual y que el mundo contemporáneo tiene una duda-deuda con él; aún no ha sido plenamente comprendido, tampoco valorados los aportes que ha dejado en el psicoanálisis, la lingüística y los vínculos interpersonales. Comentaba que su trabajo era complejo a propósito porque si resultaba demasiado claro las personas que lo escuchaban no iban a poder elaborar lo que había expuesto; de ahí que para entender a Lacan muchas veces hace falta revisar algunas ideas previamente dirigidas, por así decir, de otros profesionales que han estado cerca de él, y aun así, los entendimientos son bastantes parciales.
          Nuestro autor , defiende a Lacan de las críticas pragmáticas (exigencias de lo inmediato) de la academia norteamericana, apoyando la tendencia antropológica que implica el proceso de terapia psicoanalítica en un “pragmatismo” tan útil y dilatado; Ya lo decía Unamuno (1864·1936) en El sentimiento trágico de la vida, con aquello de para qué necesitamos tantos tranvías, si no es para ir al teatro, para alcanzar la causa final. Elidir la causa final, puede conllevar problemas de sentido, en esa inclinación a la inmediatez del occidente desde el siglo XIX, en el que se considera lo no inmediato como espurio, donde los medios prevalecen sobre los fines, creando un concepto de temporalidad vacío. Sin embargo en psicoanálisis, la profundización en el individuo que a nuestro autor le ocupa tan solo una temporada, hay a quienes no les ocupa, y a quienes nos ocupa toda una vida: “estaba mi vida y después estaba Lacan”. Con esta frase Pierre Rey, nos muestra la continuidad, la integración y a la vez la compenetración, el goce de su síntoma, que será al cabo, el descubrimiento de su goce a través del síntoma. O más bien, de su deseo.       
        ¿Por qué en el S.XX la alteridad, la realidad, y el deseo sufren una revisión conceptual? Jung (1875·1961) que se codeaba con físicos cuánticos como  el Premio Nobel Wolfgang Ernst Pauli (1900·1958) con quien escribió  sobre las relaciones de causalidad no lineal o no racional (no consciente), enigma que le ocupó en su trayectoria intelectual; nos es útil por su concepto de sincronismo. Con este, podemos pensar que hay una cierta ocupación epocal a lo largo del primer tercio del siglo XX por el trinomio antecitado. El azar no existe. Hubo muchos coetáneos que se adentraron en estos términos: realidad, alteridad y deseo, puestos en ese orden a posteriori en un intento de justificación teórica. La dualidad que entrañan estos términos nos traslada al ser primitivo, al neonato, al preindividuo.
       Kierkegaard a quien Unamuno (1813·1855)  se refiere como “su hermano”, elabora la analítica existencial que después nutrirá la articulación de la filosofía lacaniana, es  aquello que tiene que ver con la inmensurabilidad del deseo y la realidad. Al igual que el segundo capítulo de la obra tiene como título Genealógico, no está demás introducir una breve genealogía de la alteridad. Estos dos, Kierkegaard y Unamuno, han llegado a ser exponentes de algunos de los últimos avances de la teología. También Zizek (1949) expresó, declarándose lacaniano, que tales teorías eran a su parecer un catolicismo ateo, en el que el propio Zizek no tiene ningún problema en encuadrarse. Este catolicismo ateo en el que se niega la existencia de un Dios estático o esencialista, que va modificándose con la historia de la humanidad y, evoluciona acorde con las exigencias filosóficas que en el S.XX se transforman al abandonar el esencialismo, en existencialismo, siendo lo que justifica el giro de los psicoanalistas Jung y Lacan hacia esta filosofía. ``La fe nos encadena a aquel que se supone que sabe”.
         Lacan teoriza sobre la imposibilidad de poseer al Otro, introducido con la idea de deseo, suponiéndose, en el proceso de individualización un salto cualitativo desde la necesidad de un sujeto infante, al que le son cubiertas, en un estadio temprano, de manera inmediata y opulenta, sus carencias, y dado que en su proceso de desarrollo evolutivo y filogenético van tornándose necesidades/deseo, la necesidad es llamada ahora deseo, busca taponar el vacio, es en este proceso donde el individuo se des-individualiza en pos de la comprensión de su carencia, haciéndole atravesar el horizonte en busca de la emergencia del deseo propio, en contraposición del deseo del Otro. Pierre rey insiste, “Uno es aquello que desea, pero ignoramos lo que se desea. Y este deseo, que ignoramos en qué consiste, pero que sufrimos como la marca más singular de nuestro –yo- nadie de nosotros eligió que nos habitara. Está escrito, nos precede. Entramos en su campo por el conducto del lenguaje. Incluso antes de nacer estamos destinados a convertirnos algún día en sus gestores. De ahí el problema.” Porque este deseo que nos estructura no es nuestro. Es por el conducto del discurso, deseo del Otro, deseo de un Otro deseante.” “Ésta es la causa de que, siendo seres de deseo, nuestro destino estriba en no poder acceder más que al falto-de-ser.
        Con estas palabra Pierre Rey da su primer paso sobre la tierra mojada que hay en las orillas de algún mar, cuyo horizonte es sinónimo de huida, allá donde se concreta el plan perfecto, dónde todas las esperanzas se abandona; Aunque no seamos Hamlet, la justificación de la existencia forma parte de nuestras pretensiones racionalistas y sabiéndole lector y conocedor del abismo existente entre la palabra, el concepto y la idea,  entre el significante y el significado, detengámonos en éstos términos. Imaginemos por un instante que fuese cierto; El lenguaje nos habita, se adueña de nuestras relaciones con el entorno y estalla escapando de nuestros labios en cada momento, sin dobles sentidos al alcanzar los oídos ajenos. ¿Acaso esto nos convierte en autómatas?
       Lacan dice que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. ¿Qué cabida tiene el lenguaje en el vacío de la mente, en la iluminación? En sánscrito Man significa mente y tra libertad, liberar la mente a través del espacio mental, del discurso interior, afecta profundamente, aunque lo que dicen los demás es importante, lo es más lo que nos decimos a nosotros mismos. Podemos asumir la construcción de un destino dado, si la intención viene dada, si se abraza el determinismo, omnia causa fiunt. Arthur Schopenhauer (1788·1860)  escribió, el destino mezcla las cartas y nosotros las jugamos.
    Supongamos un margen de error en el sistema, si así es, cabe pensar que la creación y la criatura son autocausales, al igual que puede serlo la construcción de la realidad. 

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